David Livingstone fue la clase de explorador y persona que todos deberíamos admirar. Salvo contados viajes, sus expediciones las organizó de tal forma que la gente lo seguía por admiración y no por el interés de enriquecerse. Era un hombre que convencía con la palabra, ganándose la simpatía de las tribus y ciudades por las que pasaba. Fue un médico que luchó contra la esclavitud y que llevaba la aventura y la exploración en su corazón. Esta es la historia de David Livingstone.
Nació el 19 de marzo de 1813 en la pequeña localidad escocesa de Blantyre. Como sus orígenes fueron humildes, sus años de andanzas por el mundo tendrían que esperar, siendo su primer trabajo a los 10 años en una fábrica textil durante 12 horas al día. No obstante, su trabajo no le impidió sacrificar sus horas de sueño para leer y aprender más sobre el mundo. De hecho, a tan temprana edad, se propuso el sueño de ser el mejor misionero en la lucha contra la esclavitud. Sueño que desgraciadamente no vería cumplido. Aunque eso no le impediría seguir luchando por lo creía mientras exploraba los confines más recónditos del continente negro.
Sus esfuerzos le llevaron a graduarse en medicina en el Charing Cross Medical School de Londres. Decidido a comenzar sus andanzas por el mundo, se hizo misionero y preparó su primera misión a China. Pero le fue imposible empezar dicho viaje por el estallido de las guerras del opio en el 39. Esto hizo que fijara otro destino, Ciudad del cabo, en África, donde comenzaría la gran aventura que fue su vida. A su llegada, partió hacia la misión Kuruman en una carreta tirada por diez bueyes. Y sería en esta primera expedición, donde conocería a su futura mujer, Mary Moffat, la hija de, Robert Moffat, el jefe de la misión. Este organizaría, más tarde, una expedición a las regiones centrales de África a la que Livingstone se apuntaría sin dudarlo.
Antes de adentrarse en el desierto del Kalahari, rumbo a lo desconocido, David y Mary decidieron casarse. Su luna de miel tuvo lugar en el lago Ngami, donde se pararon a descansar. Aunque Mary salió mal parada de su paso por el desierto por las altas temperatuas, no desistió en su empeño de seguir acompañando a Livingstone en su viaje. Tras algunas fatigas viajeras más, consiguieron llegar al río Zambeze, donde Livingstone decidió que estaba satisfecho con la expedición y era hora de volver por donde habían venido.
Y fue aquella noche, mientras meditaba mirando las estrellas, cuando oyó un ruido entre la maleza. Curioso por naturaleza, se acercó a mirar y un león hambriento ¡saltó y se lo cenó! Bueno, no le mató, pero le mordió el brazo derecho. Y a punto estuvo de tirarlo al suelo para terminar de comérselo, cuando aparecieron el resto de hombres de la expedición, con lanzas y antorchas en mano, para ayudarlo. Entre eso y los disparos de su amigo, el cazador William Cotton Oswell (quien le ayudo también financiando la expedición), consiguieron que el león se marchase con el rabo entre las piernas. De aquella experiencia nuestro joven amigo Livingstone sacó 14 puntos de sutura y la lección de no subestimar a la sabana.
En su segundo viaje se había comprometido con la Royal Geographical Society a encontrar una ruta comercial hacia el centro de África a través del río Zambeze. En un momento de la búsqueda, tuvo que desviarse por falta de provisiones, llegando a Luanda enfermo y exhausto. Tras uno días recuperándose, puso rumbo a la fortaleza de San Pedro de la Barra, un puesto esclavista donde las personas que allí sobrevivían esperaban para ser llevadas y vendidas en Lisboa (Portugal) y América. Livingstone se opuso a esta práctica y fue bastante crítico con el gobernador del lugar, pero poco consiguió de él. Faltarían aun años para que se aboliera la esclavitud por completo.
Recorrería África de costa a costa, creando mapas de lo que antes era territorio desconocido, pero sería este viaje por el Zambeze el más agridulce de su vida. En un punto de la travesía, le pareció ver algo en el horizonte. Humo. O una niebla que caía del cielo. Su curiosidad, de nuevo, lo llevó a explorar el origen de ese fenómeno. Según se acercaban, empezaron a oír un ruido que se iba haciendo cada vez más ensordecedor, al igual que la extraña niebla, que era más densa a cada paso que daban. Al acercarse aún más, vieron el origen, una de las cascadas más bella y salvajes del mundo.
Era conocida por los locales como «el humo que truena», pero Livingstone decidió darles el nombre de cataratas Victoria, en honor a la reina de Inglaterra. Su entusiasmo, por desgracia, no duraría demasiado. El río no era navegable para abrir la ruta comercial que le habían pedido, y peor aún…a causa de la disentiría y de unas altas fiebres perdería a su mujer y a su hermano Charles en esta aventura. Cuando los periódicos de la época se hicieron eco de ambas noticias, perdería financiación para futuras expediciones.
Se repuso como pudo de sus pérdidas en Zanzíbar, en una casa cedida por el gobernador, que, a día de hoy, es un museo dedicado a él. Pasó los días discutiendo con este sobre la esclavitud (en aquel momento Zanzíbar era uno de los principales puertos esclavistas del Índico), pero poco consiguió. Hasta que llegó el día. Una nueva misión para Livingstone que sería su última gran aventura conocida. La Royal Geographical Society le encargaría encontrar el nacimiento del río Nilo.
Como hemos visto, Livingstone siempre viajaba con su familia y porteadores que, de verdad, querían seguirle en sus aventuras. Pero esta vez, él no elegiría a sus hombres, sino que serían contratados por el gobernador de Zanzíbar. Gran Error. Tras remontar el río Lugenda trató de continuar avanzando por el Shire, pero le sería imposible. Y la esperanza de encontrar el origen del Nilo no sería lo único que perdería. Los porteadores que había contratado el gobernador lo abandonarían, llevándose consigo los animales de carga, las medicinas y las provisiones, dejando a Livingstone a su suerte. Solo se quedarían con él once personas y sus dos fieles ayudantes, los que le acompañaron desde el principio de su aventura en África, Susi y Chumah.
Los porteadores, a su vuelta a Zanzíbar, decidieron contar que David había muerto, tratando así de evitar el castigo por su crimen. Y claro, la noticia correría como la pólvora por Europa y América.
Y aquí empezó la parte más desconocida de la vida del bueno de Livingstone. Nadie sabía de él. Con la curiosidad por bandera, el periódico The New York Herald contrató a un periodista galés, Henry Stanley, para que fuera en su búsqueda. La idea era, o bien encontrarlo y entrevistarlo, o confirmar su muerte de forma rotunda. Así que, se puso en marcha con armas, medicinas y provisiones varias en busca de nuestro protagonista.
Mientras tanto, Livingstone seguía explorando a pesar de su falta de recursos y hombres, y encontraría el lago Tanganika, además de toparse con algún que otro pueblo esclavista en el que predicaría sobre el mal de la trata.
Al final, agotado, enfermo y desnutrido, seria encontrado por el reportero Stanley tras 296 días de búsqueda. Este le cuidó y le ayudó a reponerse. Y en recompensa, Livingstone haría alguna expedición con él, y le daría mapas e información de la zona para que se llevara de vuelta. Cuando se separaron, las fiebres fruto de la malaria y la disentería le detuvieron cuando avanzaba por Chitambo. Tras luchar contra ellas todo lo que pudo, su ayudante Susi entró en su tienda y lo encontró de rodillas, como si estuviera rezando. Pero tras acercarse se percató de que estaba muerto. Fue un duro golpe para su grupo, que había vivido cantidad de aventuras junto con David.
Decidieron conservar su cuerpo en sal y devolverlo a Inglaterra. Pero su corazón se quedaría en el lugar al que había pertenecido, África, y lo enterraron bajo un árbol mukwa.
Sus ayudantes más queridos, los indígenas Susi y Chumah, vivirían una aventura más, pues consiguieron ir a Londres para asistir al funeral de su amigo, pero no tendrían forma de volver, quedando atrapados en aquella tierra extraña. Como la Royal Geographical Society se negó en rotundo a pagar sus billetes de vuelta (que majos ellos) tuvieron que esperar semanas hasta que alguien con el alma de su antiguo amigo les pagara el billete.
David Livingstone fue un hombre paciente y modesto, dedicado al descubrimiento y a la lucha contra la esclavitud. Probablemente habría descansado aún más en paz sabiendo que, un mes después de su muerte, la esclavitud seria abolida y prohibida en Zanzíbar. Pude que, de hecho, él tuviera algo que ver con eso. Puede que, después de tantos descubrimientos y de una vida de aventuras y de luchas por una causa justa, decidiera que era el momento de emprender su última gran ruta hacia lo desconocido.
Si te gustan las historias de grandes exploradores no dejes de mirar nuestra sección «Historias de aventureros». Nuestra entrega anterior se centró en Charles Darwin ¡Esperamos que os guste!